febrero 2025
Marlery Sánchez
Feb 20, 2025
Por: Darian Bárcena Díaz
Mayabeque, Cuba: Entró a la oficina y su silueta desprendía el olor característico del humo. Venía de sofocar un pequeño incendio en una de las áreas del césped del Centro Nacional de Biopreparados (Biocen). El hedor del fuego recién apagado se había adherido a sus ropas, quizás como evidencia irrefutable de su entrega y de su convicción de que, para liderar, hay que saber estar en primera línea, sin miedo, de cara a los desafíos.
Luego de disculparse por la demora me dijo, medio en broma, que sus días son así: puede estar presidiendo un consejo de dirección, dialogando con alguno de sus trabajadores o combatiendo un siniestro, como en esa jornada.
Dueña de un discreto carisma, el tono de su voz desprende seguridad. No tiene una dicción perfecta y como cubana no ha conseguido desprenderse de esa pseudodislalia cultural que nos hace, casi de manera incondicionada, aspirar las letras ese (s) en nuestra cadena hablada. Sin embargo, su conversación tiene la dualidad de ser profunda y atrayente a la vez, sin demasiados academicismos, cosa poco común en el ámbito científico cubano.
La doctora en Ciencias de la Salud Tamara Lobaina Rodríguez dirige Biocen desde 2019 y en medio de las dinámicas propias de su cargo, olvidó por unos breves instantes su agenda, para conversar sobre aspectos de su vida profesional y personal con nuestro medio de comunicación.
«YO IBA A SER ARTISTA»
Quizás si hubiera desoído a su abuela Amada, su nombre hoy no figuraría en estas páginas acompañado por el cargo de directora general de Biocen y diputada a la Asamblea Nacional del Poder Popular por el municipio Bejucal. Por el contrario, estaríamos conversando con una prolífica bailarina o con una actriz de teatro, pues desde pequeña fue el arte su pasión primera. Pero el quizás, cuando no abandona su eventual circunstancialidad para transformarse en algo definitivo, es una palabra inútil para construir futuro. Y Tamara fue una pequeña demasiado obediente como para contrariar a su amorosa abuela.
“Yo vivía con ella en Quivicán y, aunque era una mujer muy civilizada, la idea de que una joven, en aquella época, saliera de su casa para una escuela en La Habana, que, además, era interna y había que becarse, pues yo creo que suponía transgredir muchos paradigmas. Ella no quiso y yo simplemente obedecí, porque consideraba que era lo mejor para mí también.
“Tampoco éramos tan rebeldes y el simple hecho de que ella me dijera que no estaba de acuerdo, por tal de no provocarle un disgusto, yo acaté la decisión. Y no te voy a decir que me sentí frustrada ni nada de eso. Había sido algo que de niña me motivó, como también muchos niños que querían ser maestros o médicos, yo deseaba ser artista, pues no solamente bailaba y cantaba.
“Durante la infancia muchas habilidades que, si se hubieran explotado, tal vez me habrían asegurado un camino, tal vez hubiera sido artista de verdad. Pero seguí en mis escenarios, haciendo mis obritas de teatro, practicando mis bailes.
“Entonces, si yo hubiera querido ser realmente artista, si yo hubiera tenido esa vocación, la hubiera continuado con un poco más de edad. Parece ser que ese no iba a ser mi camino.
“Cuando me incorporé al preuniversitario comencé a recibir la asignatura Química, con un profesor maravilloso que se llamaba Ovidio, que falleció en la etapa de la COVID-19. Confieso que me enamoró esa disciplina, la forma en que él la impartía, la utilidad que le encontraba y las varias bondades que para mí tenía.
“Entonces decidí que quería estudiar Ingeniería Química como carrera universitaria. Realmente no me fue difícil, porque era una persona muy sistemática, a eso hay que añadir que mi mamá era maestra, y desde pequeña tenía hábitos de superación.
“En aquel momento había exámenes de ingreso para acceder a la Enseñanza Superior. El requisito era como una especie de escalafón y obtuve mi carrera. Y me fui a la entonces Ciudad Universitaria José Antonio Echevarría (Cujae), donde cursé el plan de estudios sin dificultades.
“Una vez graduada, pude elegir entre tres opciones: el Grupo Empresarial Labiofam, el Centro Nacional para la Producción de Animales de Laboratorio (Cenpalab) o el Centro Nacional de Biopreparados (Biocen), que era de reciente creación”, refirió la científica.
TRABAJADORA 416
Tamara Lobaina Rodríguez comenzó a trabajar en Biocen en agosto de 1992, 10 días después de ser inaugurado. Ya estaba casada con su esposo, Joel San Germán, y vivía en Quivicán, por lo que el traslado hacia Bejucal era más sencillo.
Aunque no cree en supersticiones, el número 416 tiene una significación especial en su vida, pues fue precisamente ese el que ocupó en la plantilla de esa institución bejucaleña, hoy Empresa de Alta Tecnología, perteneciente a la Organización Superior de Desarrollo Empresarial Biocubafarma.
“En el momento de mi incorporación, el director estaba reestructurando el centro desde el punto de vista funcional. Por ese motivo, quienes comenzábamos debíamos rotar cada 15 días por una de las diferentes direcciones de la entidad. Al finalizar los tres meses que duraba ese proceso, nos daban la ubicación definitiva.
“Me ubicaron en la Planta de Medios de Cultivo. En aquellos momentos, hacía falta no solamente la parte industrial de la creación de las bases nutritivas y de las composiciones, hacía falta también la evaluación de que la funcionalidad de esos medios de cultivo era efectiva.
“Habíamos empezado primeramente con 20 medios de cultivo que venían de un instituto que le llamaban Finlay, que no es el actual Instituto Finlay de Vacunas, sino uno que estaba situado en Infanta y Manglar. Allí tenían un grupo de diagnosticadores que existían y nos transfirieron esa tecnología, pero había que hacerla funcional y para ello era necesario evaluar microbiológicamente que realmente esas composiciones tenían un uso efectivo.
“Ese constituyó otro reto que debí enfrentar porque la disciplina de Microbiología se imparte en la carrera de Ingeniería Química, pero muy someramente. Se aborda, desde el punto de valoración microbiológica, lo que son las cadenas de crecimiento de los microorganismos, pero no se profundiza en lo que son géneros, especies, pruebas bioquímicas, los resultados para poder identificar una bacteria, una levadura, un hongo, etcétera.
“En esos avatares, me pidieron que comenzara en un laboratorio para comprobar esa funcionalidad microbiológica. Había que comenzar casi de cero y entonces me vinculé a un laboratorio en un hospital pediátrico del Cerro, para poder especializarme en esa área. Allí trabajaban dos excelentes médicos nombrados Carlos, muy competentes, y yo empecé a estudiar lo básico de Microbiología, que era la célula. Ese es un espectro fascinante y lo exploré a profundidad. Aprendí mucho y esos resultados los implementé aquí en el centro.
“Ya en 1995, el Laboratorio de Microbiología de la Planta de Medios de Cultivo funcionaba con todos los requerimientos. Me encargaba de hacer todo lo que se necesitara. Era capaz de hacerlo por mí misma gracias a la transmisión de los conocimientos de aquellos dos doctores tan entrañables.
“Justamente en ese año quedé embarazada y tuve mi primer hijo. En aquella época se trabajaba todo el tiempo. Yo estuve laborando hasta los siete meses de gravidez, con la barriga grandísima. La consagración era muy importante. Era algo natural.
“A los cuatro meses de nacido el niño, me reincorporé a Biocen y, aunque el bebé todavía lactaba, tenía que conjugar todo: asistir al trabajo y atender a mi hijo. En 1997 me otorgaron una vivienda en la comunidad científica, en las proximidades del centro y nos mudamos para Bejucal”, sostuvo.
ORA EXPERIENCIA: LA FISIOLOGÍA VEGETAL
Confiesa Tamara que el agrario era un mundo completamente desconocido. Su relación más cercana con él era a través de su esposo Joel, que sí tenía una raíz campesina y se había vinculado a la producción de alimentos.
“En ese momento había un auge de temáticas relacionadas con la agricultura, comenzaban los programas alimentarios, empezaron a crearse las biofábricas en todo el país. De ese modo, yo me vinculé también a una maestría en Fisiología Vegetal, que donde mejor se impartía era en Villa Clara y en Ciego de Ávila. Entonces me fui a la Ciudad de los Portales y me integré a los estudios.
“Fue muy complejo por los viajes, por la lejanía, pero, sobre todo, porque permanecía casi 15 días allá, para poder preparar todos los experimentos, el bebé estaba pequeñito también. Requirió de mucha entrega y sacrificio, no solo por la distancia, sino por la dificultad del programa de las asignaturas.
“Comenzábamos con una temática que era la Nutrición Mineral en las Plantas, que yo no comprendía en lo absoluto. Aún así me empeñaba y estudiaba, pero suspendí el primer examen.
“Pedí una semana de vacaciones y regresé a Bejucal. Así, me metí de lleno en los libros, me preparé a conciencia en todo lo que fui capaz de entender y me presenté al segundo examen. Entonces el profesor me explicó que ya tenía una noción más exacta de la asignatura, pero que él no se sentía satisfecho y me reprobó nuevamente.
“Aquello fue demoledor, a tal punto que pensé en abandonar la maestría porque no hallaba qué hacer para aprobar y para aprender, que era para mí lo más importante. Le expliqué que yo era ingeniera química y que todo el mundo de las plantas era realmente ajeno. Aquel profesor comenzó a trabajar conmigo y me dio libros de Botánica y mucho material para entender.
“Después me presenté al examen y lo aprobé. Descubrí y comprendí el universo de las plantas. Me enamoré de ese mundo natural y de todo lo que estaba alrededor de ellas, me parecía incluso hasta místico, porque generan sus vitaminas, sus proteínas. Es maravillosa la Fisiología Vegetal. Discutí la tesis y entonces me di cuenta de que estaba embarazada por segunda vez y de que venía en camino otro varoncito. Cuando nació Aramís, sí estuve un año en la casa de licencia de maternidad.
“Al reincorporarme, en 2001, Biocen estaba inmerso en nuevos objetivos científicos. Los medios de cultivos para plantas ya habían sido materializados, por lo que debía incorporarme a una nueva línea de investigación.
“El interés recaía en los medios cromogénicos, sobre todo los relacionados con levaduras (entre ellas las cándidas por ser las que aparecen generalmente en los pacientes con VIH-Sida) y los hongos. Debido a eso me involucré con el Instituto de Medicina Tropical Pedro Kourí (IPK).
“De esa institución me enamoró la forma de concebir el trabajo, las personas con las que mantuve contacto y la profesionalidad en la manera de conducir los estudios.
“Fue un trabajo que también me vinculó a varios hospitales de maternidad porque durante el embarazo, a aquellas mujeres a las que les bajan las defensas, se les exacerba la aparición de candidiasis”.
En ese escenario de estudio, dos especialistas de experiencia: la doctora en Ciencias Alina Llop Hernández y el profesor Carlos Fernández, la alentaron a hacer su tesis de doctorado en el desarrollo de métodos alternativos para el diagnóstico de candidiasis, utilizando esos medios cromogénicos.
DE VUELTA A CASA
En 2010 la investigadora obtuvo su título como doctora en Ciencias de la Salud y volvió a dedicarse a la Microbiología.
“Cuando pensé que los retos habían terminado para mí, en 2016 me solicitaron el acompañamiento a la dirección adjunta de Biocen. Al inicio creía que no sería la persona elegida, pues era la segunda opción. Por eso fue una sorpresa cuando dijeron que el currículo aprobado era el mío”.
“Al asumir el cargo, en abril de 2017, muchos lugares dentro de la institución eran desconocidos para mí, pese a llevar 25 años allí. Visitaba diferentes centros de investigaciones, hospitales, pero dentro de Biopreparados no me movía ampliamente.
“Era necesario que la dirección general tuviese esa visión desde el punto de vista de investigación y desarrollo. Como directora adjunta aprendía muchísimo, pero ya con una mirada un poco más empresarial. En 2019, el antiguo director fue promovido y, entonces, por la ruta promocional, es que me correspondió ocupar la dirección general. Y el 11 de marzo de 2020, se diagnosticaron en Cuba los primeros casos del SARS-CoV-2”, comentó Lobaina Rodríguez.
UNA PELEA CONTRA LA COVID-19
“Tenía muy poco tiempo en la dirección, realmente, unos pocos meses. Y la COVID-19 supuso un reto tremendo. Nosotros tuvimos que empezar a trabajar con las poquitas personas que vivían en Bejucal, ante la imposibilidad de trasladarse desde La Habana o Quivicán. Tuvimos que arreglárnoslas con el personal local.
“Fui la segunda biocenera que enfermó. Primero se contagió una trabajadora del comedor y, después, yo. Entonces, tenía una larga cadena de contactos, porque había muchas reuniones para las planificaciones que debíamos hacer sobre el modo de actuación ante esa pandemia. Y me ingresaron en el IPK. Todo el consejo de dirección fue aislado y quedó al mando de la entidad el tercer nivel de dirección.
“Desde el hospital y con el teléfono yo daba orientaciones sobre cómo se iban a introducir productos que nos estaban llegando y cómo aplicar los protocolos de trabajo. Permanecí ingresada durante 21 días, porque los niveles de presencia del virus no disminuían y luego de ese período, había que permanecer igual lapso de tiempo en la casa. Cuando me reincorporé, ya teníamos un grupo de producciones que estaba saliendo, el apoyo de muchas personas, de empresas y ministerios, empezando por los propios trabajadores de Biocen. Sin ellos, nada de lo que hicimos hubiese sido posible.
“Fueron tiempos complejos, pero yo creo que a partir de ahí se respetó y valoró mucho más el papel de la ciencia. En esa cruzada los periodistas desempeñaron también un papel fundamental, pues dejaron registrado todo lo que hacían los científicos, las hazañas, los logros, e igualmente las escenas más duras.
“Fidel fue un visionario cuando advirtió que el futuro de Cuba podía ser de hombres de ciencia, porque de otra manera, nosotros hubiéramos perecido, no íbamos a poder tener dinero para comprar la vacuna. Y sí fuimos cruelmente bloqueados por el gobierno norteamericano. Con la vida humana no se actúa de esa manera. La política es una cosa, pero no se podía haber impedido que, teniendo un resultado en las manos, pudiéramos fabricarlo. Incluso lo que hicieron con el oxígeno fue abusivo. A Cuba no le permitieron comprar oxígeno ni le permitieron comprar las piezas para poder arreglar la planta de oxígeno.
“Pero logramos el resultado. Es una satisfacción saber que se vacunó a la población, que se abrieron las escuelas y ver que todo regresó a la normalidad. No se sabía cuándo se iba a acabar la pandemia. Los trabajadores de acá me preguntaban cuándo se terminaba y yo les decía que no sabía, pero que había que seguir trabajando. Y, finalmente, se acabó.
“El año 2024 fue muy complejo, pero en este tenemos que avanzar y rediseñar muchas cosas, porque no se promete mejor que el pasado. Ya aprendimos con esa resiliencia a buscar nuevas fórmulas, nuevos caminos, lo que más golpea siempre es el capital humano, como se te van los hombres porque te quedas con tu maquinaria, con tu fábrica, pero el capital humano es fundamental”, explicó la especialista.
REPRESENTAR AL PUEBLO
En marzo de 2023, Tamara Lobaina Rodríguez fue electa diputada a la Asamblea Nacional del Poder Popular por el municipio Bejucal, una nueva tarea que asume con similar disposición y entrega, aún en medio de la vorágine de trabajo en Biocen.
“Realmente me ocupa tiempo porque se hacen altas fiscalizaciones a diferentes ministerios. Es una dinámica de trabajo fuerte, entonces, hay que alternar esas responsabilidades con las de dirección que tengo en Biocen, con la vida cotidiana.
“Además, soy la secretaria de la Comisión de Ciencia, Cultura y Educación, por tanto, tengo que diseñar los encuentros que se llevan a desarrollar, las temáticas que se analizarán y hacerlo con rigor, porque se trata de las principales conquistas de la Revolución. Y eso hay que priorizarlo.
“Claro que sí, hay un poco de estrés, pero uno se percata de que de nuestras decisiones depende el bienestar de muchas personas y una equivocación puede ser fatal. Es un compromiso, es una responsabilidad y es algo que se te ha encomendado y si respetas tu nombre lo tienes que hacer bien, porque el nombre de uno hay que respetarlo. Cuando hagan alusión a tu persona debe ser con un halago, no con una crítica, no con un señalamiento.
“Trato de ser la primera en la tarea que desarrolle. El ejemplo personal tiene mucha fuerza. No puedo exigir a los demás si no estoy en primera línea, como sucedió con el incendio. No podía irme hasta que no estuviera apagado”, refirió, con el orgullo traslúcido en la mirada.
SAN GERMANES Y LOBAINAS
Como respaldo de Tamara siempre está la familia. Joel, Danny, Aramís y los pequeños gemelos que la han convertido, hace pocos días, en abuela. Sin ellos, sin el apoyo y la ayuda, nada hubiera sido posible.
“Conocí a Joel cuando cursaba el cuarto año. de la Cujae. Me correspondió una preparación en el otrora central Pablo Noriega, en Quivicán. Era un espacio para la experimentación y ahí nosotros hacíamos una combinación de estudio con trabajo.
“Ya yo vivía en La Habana, pero estaba albergada en el Central Noriega. Y en las fechas de fin de año, fui a ver el espectáculo de las Charangas, en Bejucal y, de regreso, en un tumulto que había para abordar las guaguas, me lo encontré y él me ayudó a subir para que no fuera apretada en la puerta.
“En ese espacio Bejucal-Quivicán, en la escalera de una guagua, comenzamos a conversar, a conocernos. Él estudiaba Cultura Física, pero pensamos que no nos íbamos a ver más, porque yo volví a Santos Suárez, dónde vivía con mi mamá.
“Un día, mientras bajaba la escalera de la Facultad de Ingeniería Química y lo vi. Me estaba esperando. Ahí volvimos a conversar, él me acompañó hasta la casa y ya supo dónde yo vivía. Empezaron a ser más frecuentes las visitas y nos hicimos novios.
“Joel ha sido mi sostén. Un hombre muy amable siempre, presto a atender cada una de mis necesidades y siempre estaba presente. Un día íbamos cruzando una calle así, casi corriendo, porque yo le tengo mucho miedo también a las calles, a los autos, para mí cruzar una calle es estresante, y entonces una vez íbamos cruzando una calle y me dijo que si me quería casar con él. Así, en medio de la avenida.
“Y yo decía ¿qué me preguntó este ahora?, si lo que estaba era cuidando que no me atropellara un carro. Ya en la acera, me lo volvió a preguntar y yo respondí que sí. Nosotros no nos aburrimos. Siempre tenemos cosas de qué conversar, nos parece mutuamente interesante lo que ambos hacemos y nos retamos a ver quién llega primero al proyecto que se proponga.
“No me ha interrumpido en ninguna de mis aspiraciones. Al contrario, siempre me acompaña. La verdad es que no me ha faltado nunca Joel y que esté ahí, igual que con los muchachos. Ellos han crecido bajo el amparo de nosotros, en todas las necesidades que hemos enfrentado porque al estar tan lejos también de las familias, hemos tenido que acompañarnos uno al otro en nuestra casa, con nuestros problemas.
“Nuestros hijos son adultos. Danny tiene sus dos gemelos que vinieron a hacernos aún más felices, y Aramís es ingeniero informático. Integramos esta familia de San Germanes y Lobainas, juntos en las buenas y en las malas. Somos el apoyo de cada uno y yo estoy segura de que no hubiese podido hacer todo lo que he hecho en la vida si no fuera por mi familia”, finalizó Tamara Lobaina Rodríguez.
Al concluir el diálogo, mi interlocutora le hace un guiño al cansancio. Vuelve a repasar su agenda y se prepara para la próxima reunión. Es casi nulo el tiempo que se concede para recuperar el aliento. No hay espacio al descanso.
Suena el timbre de su teléfono celular. Uno de sus trabajadores le confirma que como huella del incendio solo queda el césped chamuscado por la caprichosa danza de las llamas. Y también el fuerte olor del humo en las ropas de Tamara, como evidencia irrefutable de su entrega y de su convicción de que, para liderar, hay que saber estar en primera línea, sin miedo, de cara a los desafíos, en el pelotón de avanzada para combatir los retos.